Casa Puga. Mi bar perfecto.

Se me rien los huesos al nombrarlo, el olor a queso curado de la calle Mariana te invita a entrar doblando la esquina del ventanal enrejado y atravesar los portachones de madera, con tantas capas de barniz como marcas de lapiz tiene su barra de marmol.
¡Ya estoy en casa! dicen mis ojos y mi media sonrisa de satisfacción, mientras me quito la chaqueta y la dejo en el cerrojo de hierro forjado de la contraventana. Un apretón de manos efusivo a Rafa, el último de la vieja guardia, o las miradas cómplices de Diego o de Moi, fiel en su plancha, nos dan la bienvenida. Su Saludo breve se acompaña de una copita y un garabato de lapiz en la desgastada y limpísima barra marmol.
Gambas con gabardina, ensaladilla rusa con boqueron en vinagre, arenque, hueva y mojama. Jamón y queso, huevo a la plancha y champi, pinchos y aguja, solomillo con ajos y atun en escabeche, asadura o alcachofas, chipirones, calamares… y hasta una cohorte de ninfas rociandonos de nectar y ambrosia…
En 20 minutos 3 rondas en 40 minutos la actualidad y la prensa rosa de Almeria, en 60 minutos una servilleta rodea una botella sin etiqueta y empieza el self-service de vino clarete de Albondón y platos de embutidos, mojama y hueva con almendrillas… A los 90 minutos es cuando aqui empieza el tercer tiempo y se me escapan algunas letras de carnaval y unos cantes flamencos. Detrás de la barra, ellos como nadie alimentan como los buenos maestros de ceremonia la camaradería entre los parroquianos que siguen entre risotadas y cháchara pasando un buen rato entre amigos, o no, ya que aqui al forastero se le invita y se le da conversación y se brinda con cualquiera que le parezca bien. Las puertas se cierran y los capillitas nos quedamos comulgando un ratito más y los codos se atornillan en la barra y las tertulias se alargan copita en mano y con el hombro del compañero como atril.
Desde sus paredes llenas de viejas botellas de brandy nos contemplan más de 150 años y sus actuales camareros han sabido mantener la impronta de la familiaridad con la que Leo y Pepe y antes su padre inundaban cada esquina del bar y por ende de los corazones de los almerienses. Legado de una ciudad y paso obligado para el visitante, un  emblema de la gastronomía y el alterne de la capital durante más de un siglo y medio. Estoy hablando como no… de Casa Puga.

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