DESCAFEINADO DE SOBRE CON LECHE DESNATADA, SACARINA Y EN VASO DE CAÑA… UN DESGRACIAO

El desayuno en una cafetería almeriense se ha convertido a día de hoy en una obra maestra de la hostelería.

El ciudadano y ciudadana de a pie, desayunan siempre fuera y su media hora de cháchara con sus colegas del trabajo, es sagrada en la cafetera de la esquina. Las madres, desayunan todas juntas al llevar a sus hijos al colegio.

Los enfermeros, médicos, auxiliares y celadores, hacen sus cambios de turnos en las cafeterías de los alrededores de la Bola Azul y los centros de salud del centro. Los juzgados, son un trasiego de gente que al salir, pálidos como alma en pena, buscan algo caliente que echarse en el gaznate, para digerir la que les ha caido, en el quiosco Paquillo o en el «Roypa», un poco más abajo, el lugar más seguro de Almería ya que por cada cinco clientes que hay en la cafetería tres son policías… y al volante del bar el incombustible Miguel, un camarero de la vieja escuela, hecho a si mismo y generoso como pocos, taurino y flamenco hasta la médula. Siguiendo calle arriba llegamos a un lugar mítico abierto desde el amanecer, al que podemos llegar solo por el olor… el Kiosco de Luis Marín, famoso por sus churros y sus «Palomicas»… No, no me refiero a la chirigota del Yuyu del ’97, si, que se llamaba de Plaza en plaza e iban de palomos y fue un cajonazo de categoría, que sí, y no llegaron a la final, que noooo, que no es esooo, ¡¡¡QUE LA PALOMICA ES UN ANíS CON LIMÓN, ES QUE NO ME ESCUCHAS CARAJO !!!

Para tener una cafetería en Almería, hay que echarle valor, ¡tiene que ser más difícil que hacer el inventario de una ferretería!. Además, todo lo que sucede allí, pasa en un espacio de tiempo ridículo y la cuenta atrás comienza desde que el cliente sale de la puerta del trabajo. En media hora, el almeriense de pro, cada mañana quiere tener a su servicio a un camarero o camarera sonriente, alegre y amable y tener en su mesa un café magnífico y una tostada perfecta, con los ingredientes de moda del Tik Tok de hace 20 minutos y por supuesto 10 céntimos más barato que el del bar de al lado. Facilísimo.Sólo si hablamos de leche, las tienen sin lactosa, desnatada, de avena, de soja, de arroz y un sinfín de ellas, que parece que le han salido tetas a todas las semillas de este mundo y sale ya leche hasta de las piedras copón…

 

Los tipos de pan son infinitos, otra vez las semillitas en accion que parecemos colorines… si el Tío Domingo levantara la cabeza, mi abuelo, con el hambre que pasó en la guerra -voy a contarlo porque es un recuerdo muy entrañable de mi infancia, mi abuela siempre comía pan integral y él no claro- cuando le ofrecían pan integral cogía un cabreo monumental y siempre decía lo mismo, «Lola, refiriéndose a mi abuela, a mi no me des pan negro que bastante pan negro comí en la guerra, yo quiero pan del bueno del de la molla blanca». ¡AMÉN ABUELO!.Pero esto solo acaba de empezar, luego está el punto de la tostada, quemailla, poco hecha, de la parte de abajo, quítale la molla… seguimos.

Dentro de poco en la UAL sacarán el grado de camarero de desayunos tiempo al tiempo.

En los ’80 podías pedir una mixta, o sea de mantequilla y mermelada o de tomate con aceite a lo catalán y los atrevidos y adinerados le echaban jamón en un derroche de extravagancia. Ahora se le pone de todo lo imaginable. DE TODO… podría escribir y no parar. Aguacate, salmón, palometa, queso fresco, queso curado, anchoas, tortilla, lomo sajonia, pechuga de pavo, dos travelos, un enano, perdón un acondroplásico… vamos que el jamón es casi una ordinariez.

Pues si, justo así y mejor cada dia es como lo hacen cada mañana Antonio y Sandra en la cafetería Ana María. Antonio es un camarero de método, hijo de camarero y aunque él mismo diga a boquilla chica «Paco a mí no me gusta la hostelería» no conozco a nadie que la ame más. Ha nacido para servir con arte. Es la elegancia en la barra y su semblante de coctelero y confesor no deja impasible a nadie. Tiene el aire de los camareros de antaño que te miraban y ya sabían no sólo lo que te ibas a tomar si no también que te pasaba, si te habías  enfadado con la parienta o te habían subido el sueldo. Sandra es luz y detrás de la barra se ilumina cuando te mira y es imposible no dedicarle una sonrisa. El trabajo es duro y por ello les dedico estás letras a ellos y a todos los que como ellos se dedican al menospreciado y poco valorado desayuno almeriense que a pesar de ser un trabajo de orfebre se paga como al que llena carrillos de arena.

 

Casa Puga. Mi bar perfecto.

Se me rien los huesos al nombrarlo, el olor a queso curado de la calle Mariana te invita a entrar doblando la esquina del ventanal enrejado y atravesar los portachones de madera, con tantas capas de barniz como marcas de lapiz tiene su barra de marmol.
¡Ya estoy en casa! dicen mis ojos y mi media sonrisa de satisfacción, mientras me quito la chaqueta y la dejo en el cerrojo de hierro forjado de la contraventana. Un apretón de manos efusivo a Rafa, el último de la vieja guardia, o las miradas cómplices de Diego o de Moi, fiel en su plancha, nos dan la bienvenida. Su Saludo breve se acompaña de una copita y un garabato de lapiz en la desgastada y limpísima barra marmol.
Gambas con gabardina, ensaladilla rusa con boqueron en vinagre, arenque, hueva y mojama. Jamón y queso, huevo a la plancha y champi, pinchos y aguja, solomillo con ajos y atun en escabeche, asadura o alcachofas, chipirones, calamares… y hasta una cohorte de ninfas rociandonos de nectar y ambrosia…
En 20 minutos 3 rondas en 40 minutos la actualidad y la prensa rosa de Almeria, en 60 minutos una servilleta rodea una botella sin etiqueta y empieza el self-service de vino clarete de Albondón y platos de embutidos, mojama y hueva con almendrillas… A los 90 minutos es cuando aqui empieza el tercer tiempo y se me escapan algunas letras de carnaval y unos cantes flamencos. Detrás de la barra, ellos como nadie alimentan como los buenos maestros de ceremonia la camaradería entre los parroquianos que siguen entre risotadas y cháchara pasando un buen rato entre amigos, o no, ya que aqui al forastero se le invita y se le da conversación y se brinda con cualquiera que le parezca bien. Las puertas se cierran y los capillitas nos quedamos comulgando un ratito más y los codos se atornillan en la barra y las tertulias se alargan copita en mano y con el hombro del compañero como atril.
Desde sus paredes llenas de viejas botellas de brandy nos contemplan más de 150 años y sus actuales camareros han sabido mantener la impronta de la familiaridad con la que Leo y Pepe y antes su padre inundaban cada esquina del bar y por ende de los corazones de los almerienses. Legado de una ciudad y paso obligado para el visitante, un  emblema de la gastronomía y el alterne de la capital durante más de un siglo y medio. Estoy hablando como no… de Casa Puga.

SANLUCAR DE BARRAMEDA, LA CIUDAD SANTA DE BOQUITA DE CURA.

Un lugar único en el mundo, que le da nombre a un vino, también excepcional, la manzanilla. Y así mismo lo confirma una sentencia del Tribunal Constitucional que, tras unos, poco amistosos pleitos con sus vecinos de Lebrija, la ciudad ha conseguido que el vino y su entorno sean considerados únicos en el mundo, un tesoro al abrigo del Guadalquivir y mecido por el poniente para proteger con recelo a un bichito capaz de transformar un vino anónimo y sin luz, en la niña bonita, la manzanilla. Hablo del protagonista mudo de la historia… el velo flor o como lo llaman por aquí, la madre. Un microorganismo que es el habitante 0 de Sanlucar, un indigena autóctono de pura cepa al que cuidan con recelo y al que los bodegueros Sanluqueños sirven pleitesia. No en vano es capaz de aportarle al vino características únicas y matices que lo diferencien de sus vecinos de Jerez a solo 25 km. Sin duda, es un superviviente de los tiempos de Napoleón que ha sabido jugar bien sus cartas…

Una vez calmada la sed, hay que menear el bigote, precisamente Casa Bigote es uno de los restaurantes más emblemáticos, situado en Bajo de Guia.

Pero un momento,

que si de guia se trata

he empezado por el final.

Y no es bajo si no alto

el barrio por el que vamos a comenzar.

Vaya lío. Iros acostumbrando al lío y al doble sentido que «esto el Caí y aquí hay que mamar» donde nada es lo que parece ni todo lo que se dice, es lo que se entiende…

«¡zi zi zi lleva razón er nota joe!»

Sanlucar tiene principalmente 3 zonas bien diferenciadas para comer, El Barrio alto, las inmediaciones de la plaza del Cabildo y Bajo de Guia.
Tradicionalmente en el Barrio alto comer, se come poco. Es donde se concentran la mayoría de las bodegas ya que como es la zona más alta de la ciudad, los vinos se conservan más frescos. Es una especie de meseta desde la que se divisa el Atlántico y el Guadalquivir y en el horizonte el Parque Nacional de Doñana… ¿se puede pedir más?, pues sí, ¡ponte una copita!
En esta zona hay una infinidad de barecillos aunque más que bares son despachos de vino, confesionarios a los que cada día acuden religiosamente sus feligreses a purgar sus pecados, a golpe de vaso en el mostrador, de manzanillas fuera de carta, elixires sin embotellar sacados cada mañana directamente de la bota al vaso y digo vaso porque aquí no se gastan catavinos, eso es cosa de forasteros. El vino se bebe en vaso estrecho y… del tiempo. Aqui es donde realmente le sale el bigote a los Sanluqueños, no en Bajo de Guia. No obstante las cosas van cambiando y la oferta gastronomica se amplia con algo de jamón, mojama, queso y alguna ensaladilla…

Bajando la escalinata del Carril de los Ángeles dirección a la playa nos vamos a encontrar el mercado. El corazón de la vida sanluqueña. Marujas haciendo la compra (y marujos) y un bullicio de gente y alboroto tipicamente gaditano. Este mercado refleja fielmente la idiosincrasia gaditana, como espectador es sorprendente ver como se desenvuelven con agilidad de funambulista señoras de curvas ceñidas y busto prominente luciendo porte orgullosas, con sus tacones y el pelo perfectamente recogido, ataviadas de bolsas sin perder la elegancia de su paso al contonearse entre la gente a viva voz abriéndose paso mientas piden media de acedias al pescadero y la vez en la carnicería para comprar unos chicharrones y un poquito de zurrapa para el desayunos de sus niños.

Saliendo del mercado y siguiendo calle abajo se abre la plaza del Cabildo. A su alrededor hay multitud de bares y la oferta gastronómica es infinita bajo el denominador común de la manzanilla y el langostino tigre. La otra cara de la moneda, no hay yin sin yan, ni gordo sin flaco y la manzanilla no iba a ser menos. Pescados en la desembocadura del Guadalquivir, los langostinos tigre son el estandarte y reclamo gastronómico de la ciudad. Un sanluqueño de pro me enseño que «los auténticos» son los que tienen la colita azul, «Paco, si no, no son de aquí eh» me decia «el caballa» chupando la cabeza de un desafortunado langostino.

Boquita de cura pierde los vientos por dos bares de esa plaza…
«como se pueden querer a dos bares a la vez… y no estar loco» Casa Balbino y Barbiana.

Del primero me sorprendió la cantidad de camareros que había detrás de su barra de acero inoxidable. Uno cada dos palmos pero todo tiene su porqué… La primera vez que fuí había tanta gente que el camarero solo veía la correa del reloj cuando levantaba la mano, claro que no llego al triste metro setenta. Tiempo después me daría cuenta de que en Balbino siempre hay tres filas de personas delante de la barra. Así que grite, «perdone» a lo que el camarero contestó, -hablándole a mi reloj-, «que le pongo, caballero» tendría que haber dicho… ¿quiere que le de cuerda? ¿Le aprieta la correa? En fin, yo estupefacto le contesté, claro. «Si, si  ejem…póngame dos cervezas, tres manzanillas, un tinto con blanca, una sin y un mosto».
Yo no seguía muy conforme con el método, pero la ronda fue servida de inmediato al cronografo Lotus. Pasados los minutos vuelta a empezar… asomé la manita y de inmediato el camarero me respondió… ¿Le sirvo lo mismo? ¡Venga ya hombre!… ¡raíz cuadrada del radio de la Tierra dividido por la distancia del Sol a la Luna…!
Pues eso, que me puso la ronda exactamente igual. A tomar por saco cinco años estudiando para notario ¡a un notario querría yo ver de camarero en Balbino!

La extravagancia en los métodos de atender a sus clientes no acaba aquí. Uno de sus platos estrella son las tortillitas de camarones. Más que tortillas son rejillas crujientes de camarones. Y es que tienen la masa justa para que los camarones se unan entre sí con sus  bigotitos a la cola de otro. Estoy seguro de que los camarones de Balbino estan amaestrados y se lanzan a la freidora como paracaidistas acróbatas o nadadoras de sincronizada.
Esta delicia está tan solicitada que por si fuera poco, el volumen de clientes que visitan el bar, las tortillas se sirven también para llevar. Así que, al lado de los cuadros y fotos antiguas, debajo de la cabeza de toro, hay ni más ni menos, que un dispensador de carnicería de color rojo y de vez en cuando se oye «el veintisinco, pero sin rima»

Barbiana toma su nombre de Bodegas Barbiana actualmente en propiedad del grupo Delgado Zuleta. Es un bar más familiar, de barra de madera y muy acogedor. Su especialidad son las papás aliñas con un trozo de melva por encima del tamaño de mi antebrazo.

«con su cebollita, con su perejí, esas son las papas que me gustan a mí».

Las tortillitas de Barbiana son las clasicas de masa, deliciosas y suaves, blanditas por dentro y crujientes por fuera. Destaca el dulzor de su cebolleta que acentúa el delicado sabor de los camarones.
La manzanilla de chateo es una de las más equilibradas de las que he probado alli, ideal para perder la cuenta y beber sin conocimiento, para acabar hablando con medio bar y arreglar un poco el país y hasta echar algún cante.

Acabando con el recorrido llegamos a la playa por el recinto ferial. Cada vez que piso el alvero de ese bulevar, sea feria o no, se me eriza el pelo y no puedo evitar esbozar media sonrisa de lo vivido en cada feria con los que como yo, somos devotos feligreses, peregrinos feriantes que esperan con recelo que llegue el último fin de semana de mayo.
Una vez en el paseo marítimo, nos quitamos los zapatos y nos remangamos los vaqueros para ir por la playa rio arriba viendo a los mariscadores cogiendo navajas en la bajamar, ataviados de un cubo y una botella de salmuera. Van mirando el suelo y cuando ven un boquetito le echan un poquito de salmuera. El bicho se mosquea y sale peleón con la lengua fuera y zas, al cubo.
Después del paseo, se divisan al fondo los toldos de los restaurantes de Bajo de Guia, a cual mejor. El famoso, Casa Bigote, pero ninguno defrauda. Lo que si nos puede sorprender es el precio, mucho más elevado que en los bares que he nombrado anteriormente.
Es una cocina mucho más elaborada y se come a mesa y mantel exquisiteces que bien valen su precio.

La feria de Sanlucar es otro alto en el camino que nadie se debe perder aunque perderse en ella no es mal camino y más fácil de lo que parece… y de perdidos al río, ¡Guadalquivir! y a disfrutar de un lugar y un entorno que te envuelve de luz y te llena el alma de olor a con un ambiente y unas gentes que dejan huella en el corazón y piden volver. Si no quieren que les pase como a mí, mejor no pisen suelo sanluqueño, o de lo contrario,se lo digo yo, están perdidos.

De las aventuras y desventuras de un puñado de irreductibles en feria hablaré más adelante, necesito recopilar más datos en la memoria colectiva, porque hay muchas lagunas, no se lo pierdan…

TABERNA ENTRE VINOS, EL PARAISO DE BOQUITA DE CURA

 

¿Será porque Rafa es de Tabernas?

Ya se sabe que en Tabernas, para saber si eres «bueno», te tiran al techo al nacer… y os aseguro que Rafa se columpió un rato en la lampara antes de bajar de un salto. Me río yo de los espartanos.
¿O quizá porque David…? -alumno aventajado de la SAFA, como yo- sabe muy bien de las cosas que hacen felices a la gente y es un tío decidido y con las cosas muy claras.

Y por eso Entre Vinos es como es.
Está por encima del bien y del mal, como una buena película que no envejece y que no te cansas de ver, en la que te ries, lloras y te emocionas, disfrutas y te evades. En la que el argumento fluye sin esfuerzo y no quieres ver el final y cuando llega, siempre descubres algo nuevo que no deja de sorprenderte.

Así es esta Taberna, ideada por dos camareros, como ellos mismos se definen, que con su modestia han conseguido uno de los mejores sitios para comer de los que yo haya visitado nunca.

En continua renovación y adaptándose siempre a los gustos de sus clientes, nunca te defraudan, como la abuela del pueblo que siempre se guarda un As en la manga a modo de postre exquisito cuando tu ya habias dado por terminada la fiesta…

Su cocina es compleja, sofisticada y elaborada, pero en sus platos no lo parece. Solo al dar un bocado a un aparente sencillo sandwich de rabo de toro te das cuenta de las horas de trabajo que hay detrás de esas dos rodajas de pan rellenas de carne…

Cada detalle está estudiado al milímetro; el pan, las servilletas, el orden de servir los platos, la temperatura de los alimentos, aunque mientras estás allí no eres consciente del rodar de la maquinaria… solo sientes el placer de cada bocado y cada trago, el bienestar de la compañia y el agrado que transmiten estos dos verdaderos maestros, de hacer felices a la gente. Gracias chicos.

¿EL SANTO GRIAL, LA ATLÁNTIDA, EL TINTE DE PACO GANDÍA? ¡¡¡NOOO!!!, ¡EL BAR PERFECTO!.

 

El bar perfecto es un lugar que con solo nombrarlo nos dibuja una sonrisa y al que vas porque te apetece pasar un buen rato. Es el que al pasar por la puerta, aunque vayas con prisa, entras a saludar, donde se bebé sin sed, se come sin hambre y se le da charla a cualquiera que pida la vez, levantando su vaso.
En este bar, se saluda al entrar y se da un buen apretón de manos, y si se puede además, un fuerte abrazo, sonoro y con palmetazos en la espalda, que dice sin palabras «me alegro mucho de verte, vengo a pasar un buen ratico a tu casa». Y ellos te regalan con sinceridad un «que pasa nenico» que no es otra cosa que, «que alegría, esperádme a que me deslie y hablamos de nuestras cosas».
La cejas arriba y el dedito sobrevolando los vasos vacíos, como un mosquito cojo, es un suma y sigue. Cuando la cosa afloja, el camarero se acerca y se pregunta por la familia y nos ponemos al día de la actualidad del mundo de la farándula.
Hay fechas en las que se pasa lista y los fieles tenemos que estar si o si. Reuniones que acaban, a puerta cerrada, con algún cante y sin parar de contar chascarrillos y anécdotas, con las lágrimas «saltás», sujetando la copa con una mano y con la otra la barriga, tratando de contener la risa contagiosa.

Cuando encuentras tu lugar en un bar así, te das cuenta, de que el arte de servir, es la bondad de ofrecer la alegría altruista por el módico precio de una caña y una tapa, ¡sencillamente sublime!

Aún no he dicho ni lo que se come ni lo que se bebé en ese bar perfecto, ni lo voy a decir… ¡que más da!

El bar que tengo en mi imaginario es… Casa Puga.
Antes compartían mi corazón Casa Puga y el Bar Matias en la calle de la Reina (donde iban a tomarse la penúltima muchas veces los historicos, ya jubilados, de Puga, Adolfo, Juan y compañía…). Pero Matías ahora se dedica a cuidar de sus nietos, a ir a pescar y a fumar B/N (creo que tabacalera lo hace para él) aunque espero que lo deje pronto, el tabaco digo… y la pesca, porque por lo visto está esquilmando la bahía con sus artes.

CERVECERIA ALCÁZAR. LA PARROQUIA DE BOQUITA DE CURA.

CERVECERIA ALCAZAR

Cada vez que voy al Alcázar, se me escapa un suspiro de nostalgia recordando los viejos tiempos, cuando podías tocar la plancha desde la barra y Pepe te recibía con un: “¿que passa niñooo?, buenah nosheee” con la efusividad que lo caracterizaba,  apurando impasible su ducados para seguir atendiendo las mesas.

El bar tenía dos puertecitas que más que la entrada a un bar parecían las puertas traseras de un bingo. La barra de acero inoxidable era la protagonista del bar y se prolongaba hasta el corner que daba paso a un anchuroncillo con un par de mesitas. Los techos eran bajos y desde la barra a la pared de enfrente se formaba un pasillo en el que formar una tercera fila para pedir solo estaba al alcance de aquellos dispuestos a la cañica en mano y paso atrás. El baño estaba en la segunda planta, por llamarla de alguna manera o la planta uno y medio como en la película “Cómo ser John Malkovich”. Se accedía subiendo una escarpada y minúscula escalera a la derecha de la barra. Hasta yo juraría que la taza del wáter estaba inclinada, aunque nunca he subido sobrio a ese baño…

El Alcázar era el punto de encuentro de las juergas nocturnas, allí empezaba todo y se planeaba la noche. Años de juergas sin parar que empezaban los jueves o incluso algún miércoles tontillo y se prolongaban todo el fin de semana.

Antonio, testigo silencioso de sonrisa traviesa y mirada cómplice, manejaba la plancha con una mano y la freidora con la otra. Gambillas fritas, mejillones a la plancha, almejas, boquerones a la plancha, jibia, atún, croquetas caseras con tropezones con ese toque tan característico a nuez moscada y todo un sinfín de raciones de pescado de temporada y mariscos. Domingo, el encargado, siempre estaba atento, serio, educado y con mucha presencia. Su bigote de Charles Bronson no podía esconder su buen fondo y su pasión por el buen trato y la buena cocina.

Desde el corner, que era donde nosotros nos poníamos, casi se podía tocar la plancha y era la zona más espaciosa del bar ya que justo detrás estaban las mesas y cuando venía alguien con ganas de silla, se podía sentar aunque los demás siguiéramos en la barra. Sentarse en el Alcázar era como ir al gallinero en el teatro pudiendo estar en primera fila del patio de butacas. Otra cosa era sentarse en las mesas de fuera a cenar como señores.

En una ocasión por lo visto vinieron a comer una colla de obreros de la construcción a celebrar el fin de obra (esto lo supimos porque le aplicamos el tercer grado a Antonio desde la esquina de la barra y mientas el cocinaba, nosotros le freíamos la oreja).

Jamás he vuelto a ver cigalas más grandes en mi vida, tenían las pinzas como Popeye y los cuerpos como mis antebrazos.

Antonio hizo un calamar a la plancha entero que parecía un torpedo de la segunda guerra mundial y lo hizo anillas con precisión de cirujano. Domingo peló un mero tan grande que salió con la piel del bicho en la mano  preguntándonos si nos queríamos hacer un bolso con ella. Las bandejas no paraban de salir y los parroquianos aplaudíamos al verlas con su guarnición de patatas fritas de las gordas y tirillas de pimientos. Menudo banquete se pegaron los obreros… no he vuelto a ver una cosa así en lo que a marisco y pescado se refiere.

Una Semana Santa, en pleno bullicio apareció en el bar un repartidor con una caja enorme de corcho, Domingo que es un tío listo y le gusta provocar, abrió la caja y para asombro de todo el bar, estaba llena de langostinos vivos que daban saltos de la caja dejándonos a todos boquiabiertos.

Hoy las cosas han cambiado para bien, sobre todo para ellos. Domingo y Antonio, grandes personas a las que les tengo un gran afecto,  ahora regentan ambos un bar moderno mucho más grande y con unas condiciones de trabajo mejoradas y yo me alegro mucho por ello. Las tapas siguen siendo las mismas y la calidad y frescura tienen el sello del Alcázar, pero el sabor y el cariño impreso de aquel viejo Alcázar se queda en el recuerdo de los que lo vivimos…

BAR FLORIDA, LA SACRISTÍA DE BOQUITA DE CURA

Uno de mis bares preferidos es el Florida. Llevo frecuentándolo desde que iba al instituto en los ’90. Está en un callejón peatonal que da a la Rambla y a la calle Joaquín Peralta. Al principio lo regentaba un matrimonio muy mayor (yo le decía el bar de los viejecillos). Había que ir sin prisa. La señora dejaba abierto el grifo de la cerveza y llenaba las jarras de espuma y se iba a hacer otra cosa, al rato volvía y con una espátula tiraba la espuma sobrante y repetía el proceso una y otra vez hasta que llenaba la jarra… era para perder la cabeza viéndola…
Por debajo de la barra en la parte de dentro, tenían una guita, una cuerdecilla muy fina a modo de tenderete que usaban para ir colgando la cuenta de cada cliente, un papelillo escrito a lápiz que colocaban justamente enfrente de donde estaba el cliente. Cuando ibas a pagar sacaban el papelillo y hacían la cuenta a mano, contando en voz alta, por supuesto.
El bar está en mi barrio y también lo frecuentaba un chaval que había visto en el instituto, pero creo que al instituto iba poco. Lo veía siempre jugando al billar en el bar ángulo y en el pub concierto con sus greñas y su aspecto de macarrilla pero me caía muy bien.

En el 97 el bar cambia de dueños y se abre el 2 de septiembre… ¡y allí estaba el chaval de las greñas!
Por lo visto Ciriaco, el padre de Raúl le compró el bar a los viejecillos y ahora es Raúl quien lo lleva desde entonces.
El bar es un centro de reunión para todo el que va allí.
El concepto es muy sencillo productos de primera calidad hechos fritos o a la plancha, cerveza fria y buen vino.
Raúl compra el pescado a diario en el mercado de Los Ángeles, hace él mismo los pinchos, la ensaladilla, corta las tocinetas incluso sirven bacalaillas abiertas rebozadas.
Su plato más tradicional son las bravas, pero siempre tiene algunos tesoros fuera de carta como gamba roja, pulpo en aceite o entrecote de black angus. Además por encargo prepara arroces de todo tipo y choto al ajillo buenisimo.
El Florida es un bar que engancha y no solo es por sus tapas y raciones. El ambiente que ha conseguido Raúl hace que cuando te sientas en su terraza parece que estés en la plazoleta del pueblo rodeado de amigos. Ahora tiene camareros y sirven en las mesas pero no hace mucho, Raúl se sabía el nombre de todos sus clie

 

ntes (y aún se los sabe seguro) y cuando salían los platos se oía una voz desde la barra: ¡¡¡Paaaaaaaaaaacooooooooo, los riñoooooooooneeeeeeessss!!!
Aún lo hace cuando alguna tapa se queda colgada en la barra o cuando el bar está muy lleno, es decir, siempre.
Entre semana cuando somos pocos, nos sentamos dentro en la barra y es un gustazo echar un ratico con Raúl, un tío discreto que sabe bien lo que quieren sus clientes, aunque clientes ya le quedan pocos porque la mayoría ya somos amigos. ¡Salud!