BAR FLORIDA, LA SACRISTÍA DE BOQUITA DE CURA

Uno de mis bares preferidos es el Florida. Llevo frecuentándolo desde que iba al instituto en los ’90. Está en un callejón peatonal que da a la Rambla y a la calle Joaquín Peralta. Al principio lo regentaba un matrimonio muy mayor (yo le decía el bar de los viejecillos). Había que ir sin prisa. La señora dejaba abierto el grifo de la cerveza y llenaba las jarras de espuma y se iba a hacer otra cosa, al rato volvía y con una espátula tiraba la espuma sobrante y repetía el proceso una y otra vez hasta que llenaba la jarra… era para perder la cabeza viéndola…
Por debajo de la barra en la parte de dentro, tenían una guita, una cuerdecilla muy fina a modo de tenderete que usaban para ir colgando la cuenta de cada cliente, un papelillo escrito a lápiz que colocaban justamente enfrente de donde estaba el cliente. Cuando ibas a pagar sacaban el papelillo y hacían la cuenta a mano, contando en voz alta, por supuesto.
El bar está en mi barrio y también lo frecuentaba un chaval que había visto en el instituto, pero creo que al instituto iba poco. Lo veía siempre jugando al billar en el bar ángulo y en el pub concierto con sus greñas y su aspecto de macarrilla pero me caía muy bien.

En el 97 el bar cambia de dueños y se abre el 2 de septiembre… ¡y allí estaba el chaval de las greñas!
Por lo visto Ciriaco, el padre de Raúl le compró el bar a los viejecillos y ahora es Raúl quien lo lleva desde entonces.
El bar es un centro de reunión para todo el que va allí.
El concepto es muy sencillo productos de primera calidad hechos fritos o a la plancha, cerveza fria y buen vino.
Raúl compra el pescado a diario en el mercado de Los Ángeles, hace él mismo los pinchos, la ensaladilla, corta las tocinetas incluso sirven bacalaillas abiertas rebozadas.
Su plato más tradicional son las bravas, pero siempre tiene algunos tesoros fuera de carta como gamba roja, pulpo en aceite o entrecote de black angus. Además por encargo prepara arroces de todo tipo y choto al ajillo buenisimo.
El Florida es un bar que engancha y no solo es por sus tapas y raciones. El ambiente que ha conseguido Raúl hace que cuando te sientas en su terraza parece que estés en la plazoleta del pueblo rodeado de amigos. Ahora tiene camareros y sirven en las mesas pero no hace mucho, Raúl se sabía el nombre de todos sus clie

 

ntes (y aún se los sabe seguro) y cuando salían los platos se oía una voz desde la barra: ¡¡¡Paaaaaaaaaaacooooooooo, los riñoooooooooneeeeeeessss!!!
Aún lo hace cuando alguna tapa se queda colgada en la barra o cuando el bar está muy lleno, es decir, siempre.
Entre semana cuando somos pocos, nos sentamos dentro en la barra y es un gustazo echar un ratico con Raúl, un tío discreto que sabe bien lo que quieren sus clientes, aunque clientes ya le quedan pocos porque la mayoría ya somos amigos. ¡Salud!

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